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"Ninguna persona tiene derecho alguno, en ningún caso, a perjudicar a otra persona por sus creencias religiosas o ateas.Si vamos a vivir juntos en este planeta, debemos aprender un tipo de tolerancia que sea absolutamente vital para la convivencia como seres humanos civilizados."

13 julio 2012

La necesidad del Estado educador (1931)


Juan Manuel Fernández Soria
Universidad de Valencia

La cultura y la enseñanza, que para Azaña son el motor de la modernización de España, ya se le habían presentado en 1911 no sólo como una exigencia ínti­ma, del alma, sino como una necesidad crucial para la “salud de la patria”; pero en 1931 anidaba en Azaña una verdad –indudablemente su verdad– edi­ficada durante esos veinte años que separan aquella conferencia en la Casa del Pueblo de Alcalá de este discurso en las Cortes, verdad que sustenta su resistencia a dejar la enseñanza de las cosas civiles en manos religiosas, y que cimenta en su experiencia personal como alumno congregacionista, en su ob­servación de la realidad y en su examen de la historia española; experiencia, observación y estudio que le ilustraron sobre el mal estado de la enseñanza en general y, en particular, de la impartida en los colegios religiosos, y que le hicieron conocer también que los fines de la enseñanza dada en ellos no sólo no tendían a la defensa de la democracia, de la política y del protagonismo del pueblo en el nuevo proyecto de nación, sino que más bien obstaculizaban, y seguirían haciéndolo, la naturaleza del liberalismo que, finalmente, Azaña llega a identificar con la República.
Ya sabemos que para nuestros políticos el problema de España es de ineducación, y que la cultura –no la economía– es la clave de la modernización del país y el motor de la historia; conocemos también que, en su opinión, el atraso de España en la creación intelectual es lo que la separa de la civilización y de Europa. Su fe en la cultura se mostró tan inquebrantable en 1911 cuando afirmó que la redención y refacción de la patria es obra de la cultura, como en 1937 cuando, reflexionando sobre la República y la guerra civil, se ratifica en sus convicciones: “si la República no había venido a adelantar la civilización en España ¿para qué la queríamos?” “Esperaba y deseaba la República como instrumento de civilización en España, no por arrebato místico”. Azaña co­noce bien el estado de la enseñanza. En su conferencia de 1911 disecciona los males que padece la educación, “una de las principales causas de desconcierto y confusión”; y seguirá siéndolo –dice– hasta que no deje de ser, primero, por su organización, “una industria” (el Ministerio es una expendeduría de títulos académicos que el Estado a veces entrega “a manos mercenarias, a espíritus cerriles y mal orientados”), segundo, por su manera de enseñar, una “muti­lación del espíritu” (no enseña a discurrir ni forma la inteligencia), y, tercero, por lo que enseña, “una mistificación, un engaño”, porque no muestra nada que pueda ir contra los prejuicios religiosos o contra la Iglesia o la Monarquía, porque se falsea “descaradamente la verdad” presentando lo español con un optimismo sin fundamento, ficticio, paralizante (pueblo elegido, invencible, inmejorable) y los hechos de los adversarios “villanamente adulterados”: “Así se fueron formando generaciones y generaciones de gentes atónitas, sin es­peranzas, sin rumbo, y por eso toda nuestra historia contemporánea ha sido una lucha incesante contra ese tradicionalismo analfabeto, el más cerrado, el más pétreo de cuantos movimientos regresivos han surgido en España.

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  • MANUEL AZAÑA Y EL ESTADO EDUCADOR EN LA CONSTITUCIÓN

    institucional.us.es/revistas/cuestiones/21/art_4.pdf
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