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"Ninguna persona tiene derecho alguno, en ningún caso, a perjudicar a otra persona por sus creencias religiosas o ateas.Si vamos a vivir juntos en este planeta, debemos aprender un tipo de tolerancia que sea absolutamente vital para la convivencia como seres humanos civilizados."

08 abril 2013

Canto de amor sumerio.

Entre los sumerios el amor era una emoción que variaba en carácter e intensidad. Entre los dos sexo estaba el amor apasionado y sensual, por lo general, culminaba en matrimonio. Pero el amor que más interés despierta e los poemas y mitógrafos es el que se profesan los dioses. Pues, según ellos creían e imaginaban, la unión sexual entre los dioses era la responsable de que hubiese vida en la tierra, así como de la prosperidad y el bienestar de la humanidad, especialmente en el caso de Sumer y de sus gentes. Afortunadamente para el historiador moderno, los poetas sumerios no se andaban con mojigaterías: un pene era un pene, una vulva era una vulva, y cuando ambos se unían los poetas no tenían reparos en narrarlo utilizando estas mismas palabras. Y mientras que, en el caso de algunos de los mitos las consecuencias terrenales y humanas de los actos eróticos divinos se enmascaran bajo un simbolismo que aún hoy sigue siendo oscuro para el estudioso moderno.

            La grande y suave Tierra se mostró resplandeciente, embelleció su cuerpo con júbilo,
la Ancha Tierra engalanó su cuerpo con metales preciosos y lapislázuli, se adornó con diorita, con calcedonia y con brillante cornalina, el Cielo se vistió de gala con un manto de verdor, se incorporó cual príncipe, la Tierra Sagrada, la virgen, se embelleció para el Cielo Sagrado, el Cielo, el noble dios, plantó sus rodillas en la Ancha Tierra, vertió el semen de los héroes Árbol y Junco en el vientre de aquella, la Dulce Tierra, la vaca fecunda, se impregnó del rico semen del Cielo, jubilosamente la Tierra cuidó de dar a luz las plantas de la vida, exuberantemente la Tierra dio abundantes productos, rezumó vino y miel.

          Enlil, el rey de todos los reinos, lo quiso.
Empujó su pene contra las Grandes Montañas, dio parte de sí a las Tierras Altas, (el semen del) Verano y (del) Invierno, el derrame fecundador del reino vertió en su vientre, allí pasó el día la Montaña, descansó felizmente por la noche, pario el Verano y el Invierno como rica crema, los alimentó, como si fueran grandes toros salvajes, con el limpio pasto de los bancales de las montañas, los hizo engordar en las praderas de la montaña.    

          Esposo, de mi has tomado tu placer,
          díselo a mi madre, ella te dará golosinas (?),
          díselo a mi padre, te colmará de regalos.
         
          Tu alma, yo sé como alegrar,
esposo, duerme en nuestra casa hasta el alba,
tu corazón, yo sé cómo alegrar tu corazón,
león, duerme en nuestra casa hasta el alba.

Tú, ya que me amas,
león, dame, te lo ruego, tus caricias;
señor, mi dios, mi señor protector,
mi Shu-Sin que alegra el corazón de Enlil,
dame, te lo ruego, tus caricias.

Tal y como apuntan los últimos versos de este encendido poema, no estamos ante una doncella cualquiera desahogándose en relación con el amor que profesa a un simple enamorado. Se trataba de una devota de la diosa del amor (el antiguo poema lo denomina de hecho como un balbale de Inanna) que contaba su dichosa unión con su esposo.

Fuente:
La historia empieza en Sumer
Samuel Noah Kramer
ISBN: 978-84-206-7969-3

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